Los sistemas de pensamiento y conocimiento (“epistemes” o “formaciones discursivas) están regidos por reglas, más allá de las gramaticales y lógicas, que operan en la conciencia de los sujetos individuales y definen un sistema de posibilidades conceptuales que determinan los límites de pensamiento en un lugar y período específico.
Los discursos tienen aceptación (para esto deben considerarse verdaderos) se secularizan, reeditan y se sedimentan en capas de conocimientos que dan estructura a una pirámide del saber de alguna ciencia. Por esto es necesario utilizar la arqueología filosófica como método para “desenterrarlos”. Igualmente, es necesario advertir que intentaremos comprender el desarrollo como un discurso re-editado, como un archivo audiovisual secularizado y sedimentado que por sus reediciones comienza a transformarse en un “discurso de la normalidad”.
“Toda época ve lo que puede ver”, aseveró Michel Foucault (1926-1984) al referirse a los regímenes de visibilidad, a aquellas condiciones que “abren la visibilidad” y gracias a las cuales una “formación histórica da a ver todo lo que puede ver”. Aquello que se ve, aquello que es visible, entra en relación fundamental con aquello que no se ve, con aquello que es invisible.
Para este filósofo, el saber se articula a partir de dos componentes: la visibilidad y la decibilidad. Se trata, en el primer caso, de maneras de ver y, en el segundo, de maneras de decir que caracterizan a todo momento histórico. Sin embargo, es posible que la imagen también pueda incorporar el concepto, aportándole el componente estético y sensible. Por este motivo, existiría una incapacidad de trasladar cabalmente lo visible a lo decible y viceversa.
En el caso de la pintura, Foucault nos comenta: “(…) la relación del lenguaje con la pintura es una relación infinita. No porque la palabra sea imperfecta y, frente a lo visible, tenga un déficit que se empeñe en vano por recuperar. Son irreductibles uno a otra: por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice, y por bien que se quiera hacer ver, por medio de imágenes, de metáforas, de comparaciones, lo que se está diciendo, el lugar en el que ellas resplandecen no es el que despliega la vista sino el que definen las sucesiones de la sintaxis(1)”.
Estas afirmaciones tienen su origen en la concepción kantiana sobre las dos facultades que intervienen en la producción del conocimiento: el entendimiento como determinación conceptual y la sensibilidad como determinación espacio-temporal. Se recuerda al respecto los postulados del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), que han sido determinantes en la historia del pensamiento occidental: la sensibilidad es la facultad por medio de la cual los objetos nos son dados y el entendimiento es la facultad por medio de la cual pensamos estos objetos.
(1) Foucault, M. (1968). Las palabras y las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas (p. 19). México: Siglo Veintiuno Editores.