Colonización de la infancia
“Hagamos a Robot a nuestra imagen y nuestra semejanza”. Y compuso a Robot, cierta noche de hierro, bajo el signo del hierro y en usinas más tristes que un parto mineral. Sobre sus pies de alambre la Electrónica, ciñendo los laureles robados a una musa, lo amamantó en sus pechos agrios de logaritmos. Pienso en mi alma: “El hombre que construye a Robot necesita primero ser un Robot él mismo, vale decir podarse y desvestirse de todo su misterio primordial”.
Leopoldo Marechal
En el año 1966 el escritor argentino Leopoldo Marechal daba a luz su última obra poética: “El Poema de Robot”. En un lenguaje cargado de simbolismos se adelantaba a pensar un mundo donde los padres dejarían a sus hijos en manos de “Robot”, construido por Ingenieros que suponían que su obra sería a imagen y semejanza del hombre, ilusión que aún hoy perdura.
En la última década se ha producido un aceleramiento del uso de los medios digitales, en la población que tiene acceso a ellos. Observamos cómo la utilización de los distintos aparatos (gadgets) y en especial sus “aplicaciones” se ha desplazado de adultos a niños, en muchos casos sin mediación alguna. Una simple sustitución semántica nos permite deslizar la imagen poética de Marechal sobre “los pechos agrios de logaritmos” hacia “los pechos agrios del algoritmo” a los que algunos adultos entregan a sus hijos.
La Pandemia ha puesto en evidencia lo que sucede cuando se desarticulan los circuitos de la tecnificación de la vida cotidiana de los niños, que viven en una sociedad configurada para el “rendimiento”. Cuando la educación, las actividades extraescolares y el “tiempo libre” colonizados por las distintas ofertas del mercado dejan de funcionar, quienes ocupan el lugar del Otro (los padres) muestran su dificultad para dar respuesta.
No todo es adjudicable al real que hoy atraviesa la humanidad. Antes del COVID 19 era común observar que, cuando la mirada se dirigía a los padres con alguna demanda, podía ser respondida rápidamente con la entrega de un aparato para colmar ese vacío a través del acceso a la infoesfera donde “Robot” ofrece sus pechos agrios para mamar sin límites. De esa manera se lograba que vuelva el silencio, a través del mutismo de quien se encuentra absorto en la red prescindiendo del uso de las palabras, lo que nos permite hablar del empuje a cierto “autismo generalizado” como estado originario del sujeto que no hace lazo con el otro, en tanto la relación con Robot es vivenciada como extensión del cuerpo.
Desde épocas inmemoriales la humanidad ha requerido de tiempos para ver, comprender y concluir. Si en los adultos, la utilización de las nuevas tecnologías genera la prisa, por concluir rápidamente, lo que no es sin efectos ¿Qué ocurre cuando estos mismos aparatos – aplicaciones y juegos- están en manos de los infantes sin regulación por parte de los padres? ¿Qué ocurre cuando la presencia – ausencia del Otro donde se construye ese vacío que aloja la posibilidad de jugar, pensar y hablar es cortocircuitada por Robot? ¿cómo es posible lanzarse a explorar, preguntar, errar y volver a empezar?
En la época que se contaban historias a los hijos – generalmente antes de dormir – ocurría que el niño pedía que una y otra vez se relatase el mismo cuento, lo que le causaba placer de la anticipación al Otro disfrutando cuando un error en el relato ocurría: “¡No era así! ¡el conejo entraba en la cueva, no se escondía en el árbol!”… si el adulto era hábil al contar la historia, dejaba que el niño se adelante diciendo “¿entonces quien llegó?” observando como su rostro se volvía radiante para decir “¡el Caballero Blanco!”. Con Robot no ocurre lo mismo, el cuento de youtube es repetido una y otra vez de la misma manera, sin fallas… en todos los casos el algoritmo anticipa al niño, le da de mamar antes que lo solicite produciendo lo que Lacan nombraba en uno de sus Seminarios como “anorexia mental”.
Desde su comienzo, en la infancia se construyen rituales. Los padres lo saben bien cuando repiten una y otra vez la misma morisqueta para que el niño responda con una sonrisa, incluso a veces él la espera siendo mayor la carcajada. Cuando juega solo o comienza a jugar con otros, observamos el disfrute de armar una y otra vez la misma construcción con los bloques plásticos sin importar cuánto tiempo le lleve; conversa consigo mismo, o los amigos para pensar como incluir otra algo nuevo. Es en la repetición de lo mismo donde se produce la novedad… la pequeña casa de una habitación cambia su techo, tiene mas habitaciones, se le construye un garage, etc. En el encuentro con ese vacío de lo construido hacia esa otra cosa es donde aparecen las palabras, se pierde la instantaneidad para dar lugar al tiempo, se deja de ver continuamente para poder comprender y finalmente concluir.
Ciberacoso
“A Robot entregaron mi puericia, y en esa hora sollozó un arcángel y se rió un demonio. Yo lo ignoraba entonces, como es justo, pues en la gloria de Robot no hay ángeles ni demonologías en su infierno, sino la exaltación o la tristeza del átomo de hidrógeno. Se daba por sentado que yo era el Gran Vacío y era Robot la Grande Plenitud. De modo tal que abriendo la espita de Robot:, llenaba mi vacío con la ciencia más pura, según la ley alentadora de los vasos comunicantes.”
Leopoldo Marechal
El 13 de noviembre fue el día Nacional de la lucha contra el Grooming (ciberacoso de menores). Pareciera no llamar la atención que las víctimas son niños de 9 años en adelante, edades que según las condiciones que establecen las propias Redes tienen prohibido el acceso. ¿Qué es lo que ocurre? como dice el poema de Marechal, pareciera que la puericia (la infancia entre 7 y 14 años) ha sido entregada a Robot… y un demonio ríe.
Si bien existe programas de control parental para que en los hogares al ausentarse los padres no se pueda acceder a determinados contenidos de Robot (básicamente pornografía), el uso de teléfonos celulares en la infancia es cada vez mayor y con la pandemia se ha multiplicado, al menos en el sector medio de la sociedad que tiene accesibilidad. En esta época llevar el celular a la escuela se ha transformado en el equivalente a una calculadora hace dos décadas; y en este momento donde se ha pasado a la virtualidad por el Covid 19 el uso pasa a ser una exigencia para no quedar fuera del sistema.
Es muy claro que Robot y el capitalismo no tienen ángeles, demonios ni moral… pareciera que a nadie llama la atención la inexistencia de planes telefónicos específicos que permitan realizar un control real sobre el uso de las redes no permitiendo algunas aplicaciones “ventana” para los acosadores o facilitando el control parental sobre su uso. Sin lugar a dudas cualquier profesional de la salud mental les indicará a los padres que es necesario conversar con los niños sobre el uso de las redes, pero también podrá dar cuentas de que con conversar no alcanza.
Parafraseando a Marechal, ante el Gran Vacío, Robot es la Plenitud… es en esa ventana que se abre a la red donde el “perfil falso” de quien simula ser un niño genera un espacio de escucha y supuesto entendimiento para que poco a poco el niño real que se encuentra del otro lado de la aplicación acceda a sus requerimientos … puede ocurrir que lo denuncie a sus padres, pero esto supone poner en evidencia que no ha cumplido la pauta de no aceptar a desconocido y mostrar qué es lo que ha conversado y hecho.
El mismo Vacío permite acceder al Conocimiento que puede encontrarse en la red y siendo útil para la escuela o distintos aprendizajes de cosas que gustan, pero los archivos virtuales no pueden reemplazar la Sabiduría que se transmite de una generación a otra y que es función de los padres. En una crítica velada al marxismo Freud afirmaba que no creía que el simple cambio de la situación económica cambiara al hombre, en tanto que el Superyó (entendido como los ideales, la ética y la moral) se constituye de forma transgeneracional. En nuestro tiempo a decir de José Ramón Ubieto corremos el riesgo de que la función de los padres pase a ser cumplida por el Ipad, que expone la puericia a los algoritmos de Robot y en ese caso es un Superyó voraz que no conoce regulaciones y que deja a cada sujeto inmerso en la soledad de la espera de un “me gusta” como modo de reconocimiento, generándose a su vez un rechazo de lo etero… después de todo, Narciso se ahoga en su propia imagen espejada en el agua, una metáfora más que adecuada para entender los riesgos del abuso de las aplicaciones por parte de los puberes y adolescentes
Propiciar la experiencia
“Digo que al enfrentarme con Robot yo había calculado los dos riesgos que siguen: uno, el de las preguntas contenciosas que irían al fichero de su caja interior; y otro, el de su dialéctica infernal, tendiente a promover y medir el vacío. Por lo cual, en presencia de Robot, y cuando el pedagogo ya iniciaba el discurso, yo le arrojé a la boca mi puñado de arena. Se oyó en los mecanismos internos de Robot un estallar de alambre y válvulas heridos: trastabilló un instante sobre sus pies tozudos y al fin se desplomó con fragores de lata. Después, con un martillo, lo reduje a fragmentos y sobre su chatarra bailé piadosamente.”
Leopoldo Marechal, el poema de Robot
El filósofo Martin Heidegger en su maravilloso texto “Serenidad” nos dice que “Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos (loslassen) de ellos. Podemos usar los objetos tal como deben ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo, dejar que estos objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros mismos no nos concierne. Podemos decir «sí» al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos a la vez decirles «no» en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente, devasten nuestra esencia”. Sin lugar a dudas los adultos tenemos que aceptar los avances tecnológicos, pero no renunciar a los principios y la ética que nos guía, es la única manera de que el uso de Robot no se convierta en una adicción que por definición, rompe el lazo con el otro obstaculizando otro tipo de satisfacciones necesarias, no solo en la niñez sino en la vida de los adultos.
Robot no puede acompañar a nuestros hijos, simplemente porque el algoritmo está construido para proporcionar satisfacción a partir de señuelos útiles con el objeto de transformar a niños y adultos en consumidores de distintos productos (objetos e ideologías) que sustentan la existencia de la red (es un error pensar que la red virtual es gratis), constituyéndose en un engaño para las respuestas a construir respecto de la propia ex-sistencia.
Robot no se interesa por los niños, no puede ocuparse de alojar la angustia, el sufrimiento, brindar amor y protección. No puede construir sentidos ni significar acontecimientos. Robot vende ropajes identificatorios e identitarios para el vacío constitutivo del ser, pero no permite saber-hacer con lo singular, lo propio, aquello que se cifra e invita a ser descifrado.
No alcanza con reclamar al Estado para poder concurrir a los parques durante la pandemia porque no se soporta a los niños en la casa; se trata de recuperar las funciones parentales depositadas en Robot para acompañar a los espacios propiciando la desconexión y el vaciamiento de objetos que muchas veces permitirá acceder a la creación, al juego con los otros donde -a diferencia de los videojuegos- no importa el tiempo, se debe acordar a qué jugar, no es posible “bloquear” los conflictos ni “eliminar” al otro, teniendo que construir soluciones que a veces incluyen el pedido de disculpas.
Pensar los atolladeros de nuestra época es un desafío para todos, pero es el único camino posible para construir soluciones con el objeto de favorecer que las nuevas infancias y adolescencias encuentren adultos y comunidades que los alojen sin dejarlos a merced de Robot
“Y si escribí el Poema de Robot, no fue tras un reclamo de la literatura, sino con la pasión de alertar a los hombres que pueblan el infierno de Robot y en la materia crasa de sus laboratorios han sospechado un lustre de metales alquímicos”