Los comentaristas de todo el espectro político nos advierten que la polarización partidista extrema está disolviendo todos los cimientos de la cooperación política, socavando nuestra democracia. El consenso casi total sobre este punto es sospechoso.
Un estudio reciente de Pew encontró que, aunque los ciudadanos quieren que los políticos se comprometan más, tienden a culpar solo a sus oponentes políticos por el estancamiento. Buscan la capitulación del otro lado cuando piden la conciliación.
Primero, cuando solo nos rodeamos de personas de ideas afines, nos volvemos sumamente entusiastas en nuestras creencias. En consecuencia, en el curso de la polarización, alguien que esté preparado para asumir que el calentamiento global es real se convencerá más de lo que estaba.
En segundo lugar, la polarización también nos contribuye a abrazar ideas más radicales. Por ejemplo, cuando un jurado acuerda que se debe otorgar una sanción, cada miembro promulga un castigo más severo en el transcurso de sus discusiones.
En resumen, cuando la gente viene con otros de ideas afines, cada uno de ellos aumenta su sentido de confianza en una ilusión que es más drástica que la primera que argumentaban.
El autor Francisco Ingouville, en su libro “Del mismo lado”[i], nos invita a reflexionar sobre cómo la polarización puede dañarnos en su relato “Dos chicos y una torta”.
En el mismo nos cuenta que dos chicos habían recibido un pastel a cambio de un trabajo realizado y estaban tratando de ponerse de acuerdo sobre cómo dividirlo. Pero el hambre que tenían les hacía difícil negociar objetivamente. Una cosa llevó a la otra y, al poco tiempo, estaban embarcados en una feroz disputa de la que los separó un vecino más grande.
Cuando éste comprendió lo que ocurría, les explicó que necesitaban un juez imparcial e inmediatamente adoptó ese papel. Tomó un cuchillo y partió la torta en dos. Observó las mitades con aire dubitativo concluyó que una de ellas era más grande que la otra… Con expresión de profesional experto se llevó la porción más grande a la boca y redujo uno de sus extremos de una dentellada.
Volvió a comparar las mitades pero, ahora, le pareció que la otra tajada era de mayores dimensiones. Sin dudarlo, le aplicó el mismo tratamiento que a la primera. Pero también esta vez la porción que antes era grande había pasado a ser demasiado chica. Los dos niños, que aún estaban enojados entre sí, vieron como sus mitades iban disminuyendo alternativamente hasta que no quedó ni una miga de ellas
Pero nadie pudo negar la justicia del tercero, ya que ellos dos recibieron exactamente lo mismo: nada.
Lo que se puede comer un tercero autoritario no es solo nuestra torta sino nuestro derecho al diálogo, nuestra oportunidad de idear soluciones creativas, nuestra posibilidad de usar la imaginación para hacer crecer la torta antes que repartirla, nuestra conveniencia de decidir en función de nuestros intereses y no solo de nuestros.
[i] Del mismo lado, Francisco Ingouville, Ed. Mondadori bols. 1ra. edición, 2001. 160 páginas.