Secretive Couple with Smart Phones in Their Hands

“Intenta entenderme: te quiero mientras presto atención a las cosas que pasan.

En Toulouse simplemente te quise.

Esta noche te quiero en una tarde de primavera.

Te quiero con la ventana abierta.

 Eres mía y las cosas son mías y mi amor altera las cosas a mi alrededor

y las cosas a mi alrededor alteran mi amor”

Jean Paul Sartre a Simon de Beauvoir(No Whastsapp)

Palabras de amor.

            De unos años a esta parte, somos testigos de los distintos avatares de las parejas con relación al uso del smartphone y las redes sociales. La demanda de respuesta inmediata, transparencia de la vida y necesidad de “saber todo” se traducen en un exceso de control en las relaciones, causa de discusiones, peleas e incluso separaciones.

            La nueva “prueba de amor” de este siglo pareciera ser la solicitud de compartir contraseñas, borrarse de las redes o eliminar contactos que, para el partenaire, resultan sospechosos. Si bien la condición humana no ha cambiado, lo que sucede en nuestro tiempo es novedoso en tanto la técnica puso literalmente en nuestras manos un objeto que nos permite estar conectados con otros a pesar de la distancia.  Desde el inicio de la escritura, la carta de amor ha sido el modo de comunicación entre los amantes, diferenciándose claramente de los mensajes que invaden las redes en busca de respuesta inmediata. La película de Erns Lubich “El bazar de las sorpresas” (y su adaptación de los 90 titulado “¿tienes un email?) permite ubicar de forma divertida la modalidad de la carta de amor en un lugar donde los protagonistas trabajan juntos, pero desconocen que entre ellos mantienen intercambio epistolar a partir de sus casillas de correo utilizando nombres de fantasía. El efecto cómico para el espectador se produce cuando se articula (1) la característica de la carta de amor como distancia y ausencia del objeto amado. (2) La comedia de los sexos entre dos compañeros de trabajo que desconocen que se aman epistolarmente. Podríamos decir que, en los viejos tiempos, la ausencia posibilitaba la palabra de amor y la poesía, no siendo necesario ser escritor para que broten frases cuidadas.

En película de Lubich y en su adaptación de los 90, podemos observar dos situaciones: (1) La presencia corporal permite el desarrollo de la “comedia de los sexos” y los clásicos malentendidos (2) La ausencia de los cuerpos posibilita la palabra de amor expresada en una carta, donde no es seguro que el objeto idealizado coincida con el destinatario. Lo novedoso en nuestro tiempo es que la ausencia queda velada por la posibilidad de comunicación inmediata con el otro, generando ilusión de presencia donde siempre algo se escapa. El antiguo refrán “ojo que no ve, corazón que no siente” recibe un cambio de signo y el ojo obsceno, puede llegar a sentir mucho si no ve, produciendo malestares y conflictos en la relación.

            Si en la presencia de los cuerpos nos encontramos en el reino de los malentendidos, en el mundo de los cuerpos virtuales y mensajes en red nos deslizamos hacia el territorio de los sobreentendidos, exacerbándose una interpretación paranoica a través de distintos signos que se obtienen de los mensajes en red y de “stalkear” las distintas apps, que pueden convertir la vida cotidiana en un martirio.

            Perfiles falsos para espiar o tender “trampas” a la pareja, contabilización de los “me gusta” en los contactos (de la pareja o de amigos/as de la pareja), cronometrización del tiempo de respuesta en los mensajes enviados, vigilancia del estado de conexión, velocidad extrema para revisar el teléfono sin dejar pruebas de ello mientras la pareja está en el baño o guardando el auto, etc. Cada sonido del celular se vive como demanda de ver, y en algunas ocasiones la persona pareciera funcionar como app. del aparato.

Epidemia de sospechas

            En los tiempos que el celular no existía, cada uno debía arreglárselas de alguna manera con sus distintos temores, siendo los más comunes los fantasmas de celos y abandono. En ocasiones, cuando estas situaciones provocaban mucho padecimiento, se realizaba la consulta a un profesional. En la actualidad con la caída del valor de la palabra, del discurso del amor y la generalización de los objetos tecnológicos, asistimos a una “epidemia de sospecha” que se manifiesta en el excesivo control de las relaciones, simplemente por increencia.

            La solicitud de transparencia no logra calmar el padecimiento exigiendo el conocer y saber todo del otro, como si el partenaire debiera convertirse en el personaje de la ficción Borgiana “Funes el memorioso”, capaz de recordar con lujo de detalles todo lo vivido, soñado e imaginado… y a su vez contarlo mientras el partenaire corrobora horarios y mensajes en el aparato. ¿Qué aparece ante esta imposibilidad de contar y explicar todo? Los fantasmas de celos y abandono que se proyectan a la pareja, como un otro que engaña o abandona.

            Socialmente se ha naturalizado “stalkear” la vida de la pareja. ¿Qué se busca?: indicios de un supuesto engaño. Un “me gusta” en esta foto o en aquel comentario, generándose interminables preguntas o interpretaciones casi con fuerza de certeza. Seguramente en alguna conversación de amigos habrán escuchado ¿por qué le puso “me gusta”? ¿acaso está interesado en el/ella? ¿le pone “me gusta” porque se la/lo quiere levantar? ¿Por qué le pone “me gusta” a las fotos de el/ella y no le puso a la foto de mi gato? invitando a quienes se encuentran en la conversación a ser testigos del posible engaño y el padecimiento que ello implica. Si se pregunta a la pareja, la respuesta que se recibe no alcanza, incrementándose la sospecha y la búsqueda de indicios, como si el engaño realmente existiera y lo único que faltara es su confesión como confirmación de lo más temido.

            El caso de los fantasmas de abandono suele tener gran intensidad pudiendo mezclar con el temor al engaño. En ellos, cualquier persona, evento o actividad que se realice puede ser entendida como signo de abandono o del “no querer estar conmigo”, por lo que se coloca al partenaire en una continua elección entre “x o yo” a la manera de un examen del amor que debe ser aprobado. Las renuncias exigidas son de las más variadas como visitar personas de la familia de origen, tomar un café con amigas/os, realizar una actividad deportiva, incluso el encuentro azaroso con alguien que provoca demoras… Con las redes virtuales este control se ha potenciado entre otras cosas porque es posible enviar / recibir mensajes en cualquier momento; desde la simple pregunta “¿ya salís del trabajo y venís a verme”? hasta reclamos de diverso tipo mientras el partenaire está en una reunión o simplemente se mensajea con alguien.

Libertades prisioneras

            La condición del amor se articula a la libertad. Mas allá de los juegos de seducción, consentir es el fundamento para iniciar una relación que puede derivar en la conformación una pareja, de allí que desde los primeros encuentros en adelante se van estableciendo pactos que dan forma al tipo de relación. En el caso de la pareja, se asumen distintos compromisos de cumplimiento recíproco, donde cada uno de los partenaires conserva su libertad en tanto no es “posesión” del otro. En la pareja la libertad muestra su cara paradojal en tanto si bien se ama al otro en tanto elije libremente, el partenaire en distintas ocasiones busca convertirse en guardián de esa libertad.

            El amor en su vertiente simbólica se dirige a lo más singular del otro sin pretensión de tenerlo, el estrago amoroso se produce cuando para el otro es imperativo que se le de todo.

            Las redes sociales no favorecen la elaboración de la ausencia con todo lo que implica para una persona en particular. Cualquiera puede comprobar que ante una situación de conflicto, no es lo mismo conversar cara a cara que hacerlo por WhatsApp.

            Discutir cara a cara permite entrar al reino del malentendido con sus idas y vueltas ante la presencia del cuerpo del otro, permitiendo -dado el caso- detenerse por desborde de la situación. Cuando los fantasmas de abandono o celos ganan la escena es muy doloroso para la pareja, pero siempre está la posibilidad de que una de las partes abandone la escena, y de hecho algunas parejas logran pactar sobre este tema ya que lo dicho en una situación de discusión con relación al otro, puede ser muy dañino y difícil de remontar.

            Discutir por medio de WhatsApp es la peor alternativa. De la posibilidad del malentendido nos deslizamos hacia los sobreentendidos donde la interpretación de textos y audios en función de los fantasmas de abandono y celos potencian la agresividad de la discusión y con ello el padecimiento. La ausencia del cuerpo pareciera favorecer la desinhibición y cualquier cosa puede ser dicha, por lo que la discusión por estos medios apunta más a la disolución que a la posibilidad de encuentro.

            Algo distinto ocurre cuando por la red se conoce a alguien y se “conversa”. La ausencia del cuerpo y la desinhibición permite que las personas cuenten cosas de su vida que en otras circunstancias las habría llevado muchísimo tiempo, lo que, de acuerdo con la respuesta, favorece la posibilidad de sentirse alojado, entendido. El problema es cuando se produce el encuentro… el otro con quien se había “conversado” pareciera no coincidir con aquel con el que se “conversaba”, lo que lleva a una nueva desilusión. Como puede verse, esto que inicialmente parece distinto, tiene la misma raíz y demuestra que discutir o seducir no son lo mismo sin el cuerpo presente.

            Los circuitos de control no son privativos de la pareja, también suceden con encuentros que se producen en la utilización de las aplicaciones de la red, que en algunas ocasiones se convierten en una verdadera pesadilla de acoso virtual, pudiendo ser nombrada como tal en tanto la persona es alguien que recién se conoce y con la que no se tiene un vínculo. El problema es que no se nombra de la misma manera al acoso que se produce por parte de la pareja, lo que dificulta ser pensado como un problema para el cual necesitan encontrarse posibles soluciones. Cuando naturalizamos el control, nos encontramos con una “libertad prisionera” donde el partenaire se convierte en guardián y carcelero de quien acepta ocupar ese lugar, pero no nos equivoquemos, no es uno el del problema… son dos.

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By Horacio Wild

Lic. en Psicología. Especialista Jerarquizado en Psicología Clínica con Orientación en Psicoanálisis.

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